Antes de comenzar las primeras aproximaciones a la creación de ‘Terrario [La tierna indiferencia del mundo]’ volvió a mí la novela “El extranjero” de Albert Camus. En ella el protagonista, Meursault, es condenado a muerte. Camus nada nos menciona de su pasado, sólo describe los acontecimientos los días anteriores a su condena y su meditación antes de morir. De su relato entendemos que Meursault no siente empatía con el mundo que le rodea. Se siente extraño, apátrida en esta tierra. Sin embargo Meursault, hombre de pocas palabras, se guía por un instinto simple. Meursault no es condenado por asesinato, es condenado por exponer su particular verdad, por dejar a la intemperie el absurdo de nuestra existencia frente a un juicio que establece que lo correcto es someterse a los principios morales de una sociedad.

Horas antes de ser ejecutado, recibe la visita del capellán que intenta arrancarle una conversión a la fe y un arrepentimiento y Meursault le expulsa colérico de su celda. Meursault no cree en Dios, no cree en nada. No quiere creer en nada. La valentía de este reconocimiento, el existir sin asideras, le ofrece la luz antes de la muerte para entender su propia indiferencia; la misma indiferencia que muestra el resto del mundo. Y por primera vez se siente hermanado.

“[…] Era como si toda la vida hubiese esperado ese momento…y esa brevísima alba en la que quedaría justificado. Nada, nada tenía importancia y yo sabía bien por qué. […]”